22 febrero 2006

Mientras cagamos

Por: Polakín.

Hay varias actividades anexas a las funciones de evacuar, que se pueden hacer mientras cagamos. Mejor dicho, hay muchíiiisimas otras cosas que se pueden hacer mientras cagamos. Para optimizar el tiempo.

Leer, hacer puzzles, escuchar música, cortarse las uñas, pintárselas, depilarse, sacarse las cejas, ver tele, chatear, hablar por teléfono, jugar con el gameboy o el celular, comer para el desayuno, lavarse los dientes, sacarse puntos negros o reventar espinillas, peinarse, hacer nudos de corbata, afeitarse, exfoliarse la cara, mirarse en el espejo, ponerse crema, matar hormigas, fumar, masturbarse, lavarse los pies, bailar breakdance, escribir para un Blog y etcétera, etcétera, etcétera.

Hace algunas semanas, cargué en el celular un juego llamado Sexy Pocker. Así que cuando iba a cagar luchaba por empelotar a las minas que aparecían como mis contrincantes. Ahí no más eso sí, sólo eran caricaturas. Mi interés era desnudarlas por una cuestión de vencer.

Y hablando de juegos, cuando era chiquillo me llevaba un tetris pa’l baño. Tenía la misión de superar los 100 mil puntos. (¿Ustedes tuvieron uno? ). De color gris, era de los primeros tetris que salieron. Y no lo digo así como sobrándome por ello, si no porque las puntuaciones y bonificaciones eran escuálidas, a diferencia de los que aparecieron después, que por línea te daban 10 veces más puntaje que en el mío.

Hago la aclaración porque no faltará el infantil que dejará un comentario diciendo que fácilmente superó los 100 mil. Más encima, aparecieron unos aparatos que venían con 1000 diferentes juegos -que como muchos de ustedes recordarán- en realidad, sólo eran con suerte unos 15, y para hacer los 1000 ponían los mismos, pero le cambiaban los niveles, las vidas, la velocidad, etcétera. Y me da la impresión de que con esto desvirtuaron la mística del juego.

La cosa es que mi tetris sólo traía el tetris, era lindo y funcionaba. Con eso me bastaba. Lo usé mucho tiempo para ir a hacer caca, y no me paraba hasta que muriera. Se me llegaban a secar los restos de caca en el poto, pero yo no me paraba. Claro, en casos extremos donde se me dormían las dos piernas y un cachete, le ponía pausa al juego y me levantaba.

Extrañamente algo me hacía luchar y luchar, para poder sacar más puntaje, no sé. Algo tenía.

Recuerdo que en algún momento, no sé quién, me dijo que por estar tanto rato sentado me podían salir hemorroides. Sin saber qué cresta eran las hemorroides -y sin saber qué era exactamente lo que provocaba su aparición- comencé a sentir miedo de estar sentado tanto rato jugando y opté por dedicarle menos tiempo a cagar-jugar.

Otra cosa que hice una vez fue cortarme las uñas de las manos mientras cagaba. Quedé impecable, salvo que en algunas uñas de la mano derecha me fui al chancho. La consecuencia fue tortuosa: cuando me quise limpiar, me dolían los deditos, así que tuve que pasarme el papel por el poto con la mano izquierda, asunto que aumenta la dificultad de la labor.

¿Qué otras cosas se podrán hacer mientras cagamos?

20 febrero 2006

Sufriendo en el supermercado

Enviado por: Don Lucas.

Sábado cualquiera, cerca de las cinco de la tarde. A esa hora, figuraba echado sobre la cama, control remoto en mano reposando de un almuerzo como Dios manda. Después de comer porquerías de lunes a viernes, a la vuelta de la oficina, el fin de semana se imponía una ingesta adecuada: un buen costillar de chancho al horno, puré picante, un par de ensaladas y casi una botella de tinto. De postre medio melón y una piscola de bajativo. Quedé a guata pará, pochito, como dirían por mis tierras cachapoalinas.

Así estaba yo, relajado, dándole tiempo a mis jugos gástricos y a su labor. Ya había liberado un par de peos, cuando irrumpe la cantarina voz de mi amada esposa. “Gordito, vamos al Jumbo”, fue su invitación inexcusable. “Vamos”, dije de mala gana, pero con la vana esperanza de que el trámite sería breve. Craso error. Carro en mano, mi mujer sacó una lista interminable de útiles para el cabro chico, que entra a prekinder, pero sale más caro que tener un hijo en Medicina. En fin, nada qué hacer, había que apechugar.

Estábamos en un pasillo lleno de lápices, blocks de dibujo y cartulinas cuando comenzaron los primeros retorcijones. Fue el primer aviso de mi estómago. Minutos después sentí una leve, pero sostenida presión interna. El torpedo ya estaba cargado y listo para salir. Justo ahora, en que mi mujer se debatía entre comprarle una mochila de Mickey o una de Winnie Pooh. “Ese oso es muy maraco”, le espeté, apretando el poto con el mayor disimulo. Sin embargo, el mojón siguió ahí, golpeando la puerta. “Vamos por el papel lustre”, dijo indiferente, sin notar mi aflicción. Me afirmé del carro y comencé a dar pasos cortos, mientras el ataque de caca seguía en gestación.

Miré hacia el fondo de las cajas, buscando un baño. Sabía que si seguía así iba a terminar cagándome en pleno supermercado, rodeado de útiles escolares. Lo peor iba a ser la segura reprobación de mi primera dama –“puta que eres chancho”- y las miradas de desprecio del resto de los clientes. Como si los huevones nunca hicieran caca; como si el hecho de vivir en un condominio cerca de la viña Cousiño Macul los liberara del muy humano y sagrado hábito de sentarse en el water. Me vi ahí, en medio de una ruma de cuadernos en oferta, parado al lado de mi plasta, con una pierna chorreada y el traje de baño gris manchado. Casi podía sentir el olor. No. Debo aguantarme, me mentalicé. Pero la presión seguía ahí, con retorcijones cada vez más fuertes. Me iba a destapar en cualquier momento.

Mi sensación se agudizó más aún cuando saqué un paquete de greda. Era blando y cafecito. Un verdadero mojón cuadrado, de un kilo, envuelto en una bolsa transparente. Si alguien cree que hubo sugestión, está en lo cierto. Sentí como si estuviera inflando un globo por el culo. Con estallido y todo. Me llevé una mano a la raja, estaba seca. El traje de baño seguía incólume. “Fue peo”, me dije aliviado. Hasta que olí el perfume. Comenzó a expandirse, como el hongo de una explosión nuclear. De reojo vi a una vieja arriscando la nariz a mi lado. “Pucha que están caros los pinceles, señora”, fue lo único que se me ocurrió y huí. Fue una idiotez, es cierto, pero qué iba a hacer.

Lamentablemente, el alivio fue sólo momentáneo. El martilleo en mi intestino volvió. Retomé la marcha con pasos cortitos. Ni mi mujer con sus ocho meses y medio de embarazo caminaba tan lento. Sin embargo, yo me sentía a punto de parir, en cualquier momento. El carro estaba casi lleno. Igual que yo, con un zurullo próximo a salir volando. “¿Queda mucho? Estoy que me cago”, pregunté con timidez a mi media naranja. “Aguántate –respondió- compro unas cositas para la once y vamos”. Cresta, esas “cositas” para la once podrían demorarnos al menos media hora más.

Así no más fue. Pasamos por caja. Otro suplicio: “Oye, Juani cuál es el código de estos lápices, que no tienen barra”. “No sé, búscalo en el libro”, responde la cajera vecina sin levantar la vista. Y yo ahí, con el mojón apretado hacía más de una hora, maldiciendo una y otra vez mi mala cueva, literal, recordando mi plácido descanso previo en cama, que esperaba culminar sentado en mi baño, tranquilo, con una revista en la mano y un cigarro. Así da gusto cagar. Pero no. Tuve que salir rajado desde la caja al baño del supermercado, me desabroché el short con las manos tiritonas y me senté.

Sentí que el tronco de mierda cayó antes de que mis cachetes tocaran la taza del water. Y sonó –“plosh”- y saltó agua que me mojó la raja. Todo mal. El tiempo pareció detenerse mientras caían un par de zurullos más. Más chicos, pero igual de consistentes y fragantes. Igual confieso que fue un alivio. No tenía la comodidad de mi baño, es cierto, pero al fin había cagado, expulsando al incómodo mojón y sus acompañantes, cuya presencia me había torturado durante una hora y media. Incluso conseguí sentir esa sensación de alivio, que sigue siempre a la cagada dificultosa. Todo bien, ahora.

“¡Chucha, mi gordita!”, en medio de mi éxtasis post plasta recordé que había dejado a mi mujer con un carro lleno de bolsas. Me limpié-sequé el culo en dos tiempos, me subí el trajebaño y salí. Me estaba lavando las manos, cuando se abre la puerta y me encuentro cara a cara con la vieja de los pinceles, esta vez con su nariz totalmente arrugada y una mueca de asco en su cara. “Huevón roto”, me gruñó. La eludí, cobardemente, y otra vez huí. Sin decir palabra. Era el baño de mujeres. Y qué. Era una emergencia, me autoconsolé. Y fui al encuentro de mi señora, que aún me esperaba en la caja. “Estamos listos”, dije, con una sonrisa.

15 febrero 2006

Después del cine

Por: Polakín.

Y hablando de peos me pasó una hueá, nada más y nada menos, el fin de semana que recién pasó.

Fuimos a ver esa cosa de película que se llama El Grito. Me asusté y salté demasiado para lo que es mi perfil de hombre. Pero bueno, pensé en ir a verla para eso, asustarme, y justamente eso fue lo que sentí, sí hueón, mucho susto.

En la mitad de la película lo único que quería era que terminara, y no sólo por miedo, si no que también por una hinchazón que me tenía tieso. Habíamos comprado esas promociones para parejas de cabritas y bebidas, las cuales ya me tenían reventando.

No soy tan ordinario como para cagarme y soltar un peo en el cine, ¡no señor! pero les juro que ésta vez lo pensé. También se me ocurrió pararme al baño como quizás cualquier mina u otro mortal hubiese hecho, pero concluí que si me iba al baño la gente pensaría que era un miedoso de mierda y estaba arrancando de la película, y eso, debido a mi personalidad tímida, me daba un poco de vergüenza. Y sí, soy miedoso, ¿pero para qué insinuárselos?

Simplemente no podía cagarme ahí. Tenía muy presente que en la mañana y después en la noche mientras me vestía para salir al cine, había expulsado dos peítos bien ricos y bien fétidos. Sonreí recordando que hasta los celebré diciéndome "¡a chucha que estamos cagaos!".

Me acomodé varias veces en mi asiento, me desabroché el cinturón y quise hacerme el hueón lo más que pude. En un momento de mucha inquietud mi polola me preguntó ¿te duele la guatita? , y le respondí que shí, un poquitito. Y yo para mis adentros pensaba ¡por la rechucha que estoy hinchao!

Sentía calor y no sé si era la sala o yo el que tenía alterado el receptor de temperatura. No sé, pensaba en la posibilidad de que se cayera el techo o las paredes se juntaran para aplastar a todas las personas, y así por fin en medio del caos, poder soltar el gas. Pero nada.

Al rato, por suerte, gracias a mi concentración budista y mis años de experiencia controlando las ganas, el peo se fue para adentro de mi humanidad y dejó de hueviarme. Sí, como que se devuelven estos hueones después de que cachan que no tienen por donde salir. Así que fui feliz durante varios minutos, y sólo me distraía la mona fea asesina de la película.

Así hasta que terminó. Nos paramos, bajamos las escaleras y nos fuimos caminando hasta el estacionamiento. Sacamos unos cigarrillos y a los segundos, ehm... ¡sí weón, por la cresta! Regresó, me atacó, aquel amenazante peo de hace un rato volvió para salir, y esta vez venía decidido.

Prácticamente lo tenía en la punta de la lengua (para que se hagan una idea), y yo con mi brazo en los hombros de ella íbamos pegaditos caminando y comentando lo que habíamos visto hace un rato, mientras yo ponía cara de hácete el weón.

Mantuve la calma, sépanlo. Soy un hueón bakán e inteligente (me dije en ese momento), así que mientras nos acercábamos al auto pensé en tirármelo después de que ella se subiera. Por suerte, señoras y señores, soy un caballero, hay que decirlo, así que siempre acostumbro a abrir la puerta del copiloto para que ella se suba, y también lógicamente acostumbro a cerrarla. Como se darán cuenta, eso me daba tiempo mientras ella estaba dentro del auto para que yo dejara salir al maldito peo, y quedar en paz con mis intestinos.

¡Genial! ella se subió, cerré su puerta y comencé a caminar bordeando el vehículo por la parte de atrás. ¿Por qué no por delante? se preguntarán ustedes. Porque por delante ella me mira, y yo no quería que viera mi expresión de relajo mientras levantaba un poco el cachete derecho para darle luz verde y escape libre al peo.

La cosa es, ¡señores y señoritas! Que me lo tiré. Fui feliz y suspiré.

Abrí mi puerta, me senté y acto seguido, cerré. Yo no sé, ahora que lo pienso parece que la maldición de la película me siguió o lisa y llanamente, soy muy hueón. Porque luego de soltar el esfínter, el peo me abrazó y se aferró a mí con fuerza para acompañarme hasta adentro del auto. La pobrecita de mi polola se comió todo el peo conmigo y lo único que atiné a hacer fue abrir la puerta a la velocidad del rayo, y comenzar a moverla hacia adentro y afuera para ventilar el auto. Hedionda la hueá de peo, ¡hedionda, la cagó! Ni yo lo soportaba.

Me bajé del auto, ella también bajó, y me reí un rato con ella. No pasó a mayores. Pensé en el Blog, y le comenté que lo escribiría.

Claro, pero en nuestra relación y la dignidad de un macho, estas cosas no se olvidan. Al día siguiente la pasé a buscar, me subí al auto y me preguntó "¿no te vay a tirar un peo, cierto?", se rió de mí y yo con pica respondí "no, pero sigue hueviando porque lo voy a contar quieras o no".

12 febrero 2006

Cara a cara con El Mojón de Patricio Laguna

Por: Enrikín y Polakín.

Luego de dificultosas gestiones para lograr que no tirara la cadena, logramos por fin sacarle una entrevista al mojón de Pato Laguna. En exclusiva para akgar.blogspot.com.

Hablamos con él acerca de cómo ve el futuro de su cagador, los proyectos y el truncado matrimonio con Carlita Ochoa.

El mojón de Pato no es un zurullo cualquiera. Las vitaminas, fibras y la dieta del modelo hacen que sus deposiciones sean extrañamente siempre bien formadas. Podríamos decir que el mojón de Pato, es bonito, aunque a veces por la mañana no ande muy de buena figura.

"Pocas veces he tenido problemas para salir, y creo que es por la dieta. No le exijo mucha fuerza a Patricio, salvo contadas excepciones, de carretes o lugares donde ha estado Pato, y se ha echado cualquier porquería a la boca", nos confidenció la plasta de caca.

- ¿Cómo sientes la ruptura con Carlita?

Mira, fíjate que yo no estaba muy contento con la unión. Sufría de estreñimiento y me costaba mucho caer a la agüita. Por lo demás a Carlita no le gustaba cuando yo salía, a pesar de que soy un mojón de poco olor, ella siempre exageraba.

- No te llevabas para nada bien con ella.

No, no muy bien. Y no creo que ella se lleve bien con el mojón de nadie. Yo en particular nunca soy muy hediondo. Así que imagino que para ella los mojones de sus otras parejas deben ser infinitamente asquerosos. No creo que el negro Piñera cagara muy bonito (risas).

- Es probable que Karim Pichara cague con olor a flores.

Jajajá (vuelve a reír). Es probable, es probable.

- ¿Y ahora como va la cosa?

Desde que fue enrostrado por los supuestos mensajes al celular como que se relajó el cabro. Primero fue un día que salí medio blando y ahora son dos cagadas diarias, estoy saliendo durito y de bonito color. Se nota que algo cambió en el muchacho. Te confieso que estaba cagando cuando recibió aquellos mensajes.

- ¿Cómo está él?

Está bien molesto. Y lo noto altiro porque se limpia apurado y ya casi ni me mira. Anda con la cabeza en otro lado.

- ¿Sales afectado por la emocionalidad del Pato?

No fíjate, el weón es medio cabeza de músculo así que no lo afectan mucho las cosas. Quizás a largo plazo lo podrían afectar de tanto cranear, pero a veces creo que tampoco piensa. Lo suyo va más por lo que ingiera y los carretes. El Pato es un buen cagador porque cuida su cuerpo y es medio weón.

- ¿Cómo vez el futuro de Laguna?

Bueno, ahora nos vamos de vacaciones fuera del país. Eso es tema para mí, porque cambian las comidas y por lo tanto es todo un enigma lo que va a pasar conmigo. Espero que no ocurra nada del otro mundo.

- ¿Has querido salir en medio de un desfile?

No me gusta el modelaje. Es tan gay, tan femenina la onda, que no me puede gustar. En todo caso, aprovecho de aclarar que Pato es heterosexual, estoy seguro, y se los digo yo. Bueno, la cosa es que igual, por lo general molesto al Pato justo en medio de la pasarela, lo dejo hinchado y no salgo hasta después de la presentación, pa' puro hacer daño. ¿Has visto la cara que pone en medio del desfile?

- No, creo que no.

Bueno, eso es por mí. Justo ahí está maldiciendo, y hasta cree que es el nerviosismo. Pero no señor, ese soy yo.

- Cuéntanos de tu pasada por la granja.

Chuuuu. Eso fue algo horrible. Los primeros días normal, caía durito, buen tamaño y consistencia, bonito color. Lo fatal fue cuando se pusieron a comer puras webadas y poco. Sufrí mucho. Además de soportar los mojones de los otros seres de esa casa fue horrible.

- ¿Por ejemplo?

Los más asquerosos eran los del Black y la Pame. El DJ siempre caga zurullos grandes y hediondos por que come cualquier cosa. La modelo en cambio siempre anda churrete y el hedor queda impregnado en el baño. Los que también sufrieron fueron el Schilling y el Coca, ellos son deportistas y cuidan su cuerpo.

Las minas, el melón con flecos y el español pasaban entre mojoncitos lánguidos y paliduchos a churretes varios, pero no tan hediondos como los demás.

- Oye, ¿y el Pato ha estado tentado a hacer caquita en el ámbito sexual?

A no. En mi vida sexual si que no entra nadie, eso es privado.

09 febrero 2006

La novia

Por: Enrikín.

A la hora de hablar de soltar un peíto pa relajar los intestinos o echar una notable cagada en aquel espacio vital que conocemos como baño, siempre lo tomamos del punto de vista personal, pero yo me cuestiono ¿qué pasa con la pareja? ¿no comparten un sabaneo de peíto? ¿no hablan de la exquisita cagada que se pegaron en la pega o en un carrete?.

Está claro que es un tema muy personal, que además, si existe confianza y complicidad, más allá de la pareja, nadie sabrá lo que hacen en su intimidad.

Pues bien, en mis años de universidad tuve una polola-amiga-cómplice-conviviente, con la cual estuvimos juntos un año (lo bueno dura poco).

Para los efectos de contar la historia sólo la voy a identificar como la novia.

Con ella logré entablar una especial relación, quizás porque éramos muy parecidos y a la vez muy distintos. Ella era la chica rebelde y artista que venía de una familia cuica hasta el tuétano (la novia no tenía nada de cuica, excepto los apellidos vinosos) y yo el weón idealista y soñador que venía de clase media con papás profesionales. Una mezcla explosiva, por decir lo menos.

Cuento corto, luego de pasar por todos los juegos sexuales, experimentación con alcohol y otras sustancias volátiles, nos fuimos afiatando hasta que parecíamos uno sólo, nos mimetizamos.

Era bastante extraña la relación. A veces cada uno salía por su lado, con su propio grupo de amigos y terminábamos en la cama ebrios y pelando a nuestros compañeros (estudiábamos distintas carreras).

No recuerdo si fue de noche o una mañana. La novia dormía plácidamente y yo no aguanté esa deliciosa sensación de sabanear un peo. Lo hice, muy piola, pero lo hice.

A los 30 segundos ella se incorpora y me dice, de un forma muy tierna, eres un weón cochino, pero adorable. En ese momento, me reí, la besé y me sentí muy enamorado.

Desde aquel sabaneo, nuestros aparatos digestivos tuvieron momentos de alegría plena debido a lo relajado de nuestra relación.

La novia fue la polola más linda que tuve en la universidad. Por cierto, cagaba bastante hediondo.

07 febrero 2006

La caca social que se viene

Enviado por: Luchito.

Creo que el acto de defecar, que es el depósito de nuestras acciones (como dice el Quijote de La Historia) y aventuras para sostener el casi siempre defectuoso organismo que nos ha tocado en gracia mantener, tiene rasgos sagrados. La caca no se come ni venera (al menos en países como el nuestro), pero se estima con ternura, pues muy pocos podrían negarme en buena ley que el olor de nuestras deposiciones nos parece casi agradable y que el desodorante ambiental lo usamos más bien como un acto de cortesía hacia el prójimo. Es por ello que me atrevo a sostener que, dentro de poco, cagar -¡pero sin pudor!- será el acto más representativo, y también infame, de nuestro progresivo individualismo (la lepra del siglo XXI); y que, mucho más temprano que tarde, nos veremos afectados de una avalancha -no simbólica si no que del todo explícita- de cagadores públicos, que adornarán las grandes alamedas o las espléndidas ciudades de esta desgastada modernidad, con sus longanizas color café. Es cosa de encender el televisor para darse cuenta que el cerril acto de cagar públicamente ya comenzó, y será cada vez más legitimado y menos simbólico.

Defecar a campo traviesa, bajo la sombra de un roble, conversando con los pájaros o con algún perro sagaz, no es un acto reprochable, si no hasta ecológico y poético; pero sí lo es el hecho de que tengan el micrófono seres humanos como Patricia Maldonado (ex amante de Álvaro Corbalán, un genio de la tortura, y uno de los chilenos más admirables después del padre Hurtado), Eduardo Bonvallet o el insigne diputado por La Cisterna, por dar apenas 3 ejemplos de compatriotas que defecan sobre nuestros oídos y triunfan en nuestra amada sociedad.

Esa cagadera socialmente legitimada pronto se volverá general en el reino del ego, que es el de este mundo. Y veremos a sujetos de diversa ralea dejar sus cafeces opiniones en los parques, plazas, centros comerciales, edificios y automóviles del prójimo.

He visto indigentes defecar casi de pie en el cerro Santa Lucía (¿porqué de pie, si lo pueden hacer encuclillados?), y hace algo de tiempo pude ver en Temuco a una mapuche excretando al lado afuera de un supermercado, y sentí que tal vez mi risa diabólica (que me ha pasado la cuenta) era un acto de racismo. Asimismo, tengo un amigo que solía ir a las discoteques a dejar algunas pinceladas de su odio en las paredes de los excusados. He sabido, también, de sujetos descorteces que han defecado en las ollas comunitarias de los pobres y hasta en los altares eclesiales. Pero estos casos, que casi cualquiera calificaría de anómalos, se multiplicarán hasta el infinito, cuando la muerte de la conciencia nos inste a ensuciar todo lo que no sea nuestro. Se cierne sobre el mundo una época implacable, que nosotros mismos construimos, con el vicio, el defecto y el error amparados por la tecnología y la ciencia. Estamos cagados, amigos míos, realmente cagados… y el que espere salvarse -y lo digo con cariño- que vaya a lavarse la raja.

06 febrero 2006

Con la raja mojá

Por: Polakín.

Una verdá indiscutible es que los días de mucho calor son horriblers! (agregué la "r" intencionalmente, como en muchas de las palabras que ocupo, y espero no tener que hacer esta aclaración todo el tiempo, gracias).

Espalda mojada, pies húmedos, piernas pegotiás, caen frías gotas de los sobacos, ¡y claro! la raja mojá. Quizás más de alguno debe estar pensando que puede ser sexy esta situación, pero durante el día, mientras lo único que podís hacer es trabajar y cocerte el poto en el asiento, no tiene nada de bueno la situación.

La rutina de almorzar, y luego tipín tres o cuatro de la tarde recibir el llamado de la naturaleza, que te golpea el vientre, y te hace acomodarte en el asiento, me llega a poner de mal humor.

Voy al baño y esa hueá de sentarme a cagar con la raja húmeda, los pelos de mierda mojaos, me caaarga weón. Sí hueón, sí ¡sí! hueón, soy un delicado de mierda... ¿pero a quién no le desagrada esa hueá? Y peor aún, limpiarte la raja en esas condiciones y no cachar que tan limpio te dejaste, si es transpiración o chocolate lo que hace que sientas mojado.

Yo ya opté por pescar el publimetro o la hora que dejan los hueones en el baño, y antes de sentarme, ventilarme un poco la entrepierna por delante y atrás para que se seque un poco. Y cuando el viejito del aseo ya se llevó todos los diarios, me he tenido que soplar yo mismo. Es que nadie puede weón.

Siempre he pensado que el mejor invento, pero que lamentablemente en Chilito está en vías de extinción, es el bidé. No hay nada mejor que tirarse un chorrito de agüita fría en el marrón después de haber hecho un depósito biológico.

Bueno, no sé si las mujeres entenderán mucho o poco el problema, pero es desagradable. Me gustaría poder evitar hacer caca en el trabajo, pero no puedo.

Últimamente los fines de semana estoy optando por darme una ducha después de cagar, cosa de quedar perjumadito y no andar perseguido. Y ahora que recuerdo, por desgracia tenemos en la casa un jabón con aroma limón, y es muy malo, porque pareciera que me estoy lavando el poto con Quix. No lo compren.

Y bueno, disculparán lo soez que fuí hoy, pero se pueden ir a la chucha. El calor es demasiado.

03 febrero 2006

Las mujeres no hacen caca

Por: Polakín.

Me van a disculpar esta declaración, pero así pienso. Imagino que no faltará la que me tilde de machista, misógino, pendejo sexista o alguna hueá pro mujer, pero sepan que no lo digo en un tono despectivo, ¡no no! Yo lo digo con la mejor de las intenciones.

Para que me entiendan, les cuento que se me hace muy difícil imaginar a una niña, mujer, mina, señora o abuela, echando una cagá.

¿Puedes ver en tu mente a tus amigas, a tu polola, o a tus compañeras haciendo caca? ¿Puedes ver a esa vecina tuya, sí, esa rubia estupenda, arrugándose para dar a luz un mojón? o vámonos más lejos, ¿puedes imaginar a Natalie Portman con churrete? ¿te imaginas que a Adela Secall le salte agüita en el potito cuando Willy se deja caer o que a Tonka Tomicic se le corra el papel y le queden los deditos con greda? ¿no, cierto? no señor.

Ya, si la verdad es que sólo quería hablar huevadas.

El ejercicio anterior tiene el objetivo de alejar mi conciencia de la maldita realidad, de esa realidad de olores poco delicados, de olores poco femeninos, de esa realidad que nos dice firmemente que las mujeres efectivamente si cagan. Después de todo para que vamos a estar con cosas raras.

Sin entrar en detalles personales, casi todos vivimos o hemos vivido cerca de una mujer y sabemos que ¡sí cagan, y cagan bueno, y cagan hediondo! Ustedes mismas, chicas, saben que a veces les sale bien podrido el churro. Ni siquiera encendiendo un fósforo matan el olor. Quizás no lo hagan con el mismo ánimo másculino, pero de que lo hacen, lo hacen.

Y son cuáticas. Por ejemplo, tengo un amigo que asegura no cachar en que momento va a cagar la mamá, me dice que no sabe si la señora fue a lavarse las manos o a sentarse, porque el tiempo ocupado es casi el mismo. Que terrible eso de entrar y demorarse nada.

Otra, la pareja de un amigo me contaba que sólo desde hace un tiempo, se está atreviendo a mirar las cagadas que deja, porque casi toda su vida se la pasó evitando observar los super ochos que fabricada ¡Pero que terrible!.

Todo esto lo averiguo con mi afán investigativo, sepan y no olviden que este blog es serio.

En donde yo trabajo los baños son tipo Mall, es decir, comunes con lava manos y los waters separados por paneles. En cambio las mujeres, tienen dos o tres baños privados con puerta y todo, ubicados en el pasillo que nos lleva al baño de hombres. ¿Por qué ellas y nosotros no? Lo encuentro injusto. O sea, para ellas la mayor de las privacidades, no vaya a ser cosa de que se traumen haciendo caca. Ellas, las delicadas para obrar.

Y bueno, acerca de mi trabajo, me ha pasado que mientras me dirijo al baño, escucho ruidos en el pasillo, -pasillo que por lo demás es bastante silencioso- y lo que más se repite son esos peos con caca y con eso lo que más imagino es que todas las mujeres van apuradas a cagar o de algún modo a ninguna le gusta ir a sentarse.

Me da la sensación de que no disfrutan el relajo, de que no disfrutan eso que nosotros describimos al comienzo de este blog, como "el acto espiritual y de encuentro con uno mismo". Que mal agradecen esos minutos ¡Que mal!

Por eso creo que es más sano mentalizarse y convencerse de que las mujeres no hacen caca. Así, siempre andarán limpias, así jamás andarán con diarrea, así jamás imaginaremos que aquellos colaless tan lindos son antihigiénicos y están pasados a mierda, o que después de un mal día puedan estampar la chantá de pistera en el calzón.

Iba a contarles otras experiencias más cercanas acerca de la caca made in woman, pero se me ocurrió la fantástica idea de darle la dirección de este blog a mi vieja, así que olvídenlo.

Concéntrense, mentalícense y no se pregunten huevadas, no hagan caso a su imaginación. Simple, repitan conmigo: "las mujeres no hacen caca". Coméntenlo con sus cercanos y vean como llegan a la misma conclusión.

Por cierto, ¿como serán las monjas haciendo caca? ¿ah?

01 febrero 2006

El monstruo de la caca

Por: Enrikín.

Existen muchas cosas que nos pueden hacer daño. Pero quizás lo más triste son las comidas malas o extraños brebajes que afecten de forma casi instantánea tu digestión, y de pasada hacen que relajes tanto los esfínteres que no puedes aguantar y te cagues al primer estornudo.

Casi siempre debería haber un baño a mano, un baño amigo, un querido baño, para cuando alguien bebe o come algo a lo cual su estómago no está acostumbrado, es la primera regla de un buen sibarita. En esta historia (en la que cambiaré los nombres para proteger a inocentes) no ocurrió así. Bueno, casi no ocurrió así.

Corría 1999, casi a fin de año. Un grupo de buenos amigos se juntaron después del trabajo para hacer el típico brindis previo a Navidad y año nuevo. Eran cerca de las 19.30 horas, y en el centro de Santiago hacía un calor de mierda. Eso ya era mal augurio.

Juntos llegaron la chica Olga, Charly y Martín. Como siempre, Pancho llegó una hora atrasado al encuentro.

Martín y Charly se comieron unos sendos sánguches de pernil con palta, tomate y ají verde, detonadores por excelencia. La chica pidió algo vegetariano y Pancho dijo que había comido en el trabajo. Mientras conversaban y comían se tomaron tres botellas de vino.

Martín, el más viejo del grupo dijo que se iba a tomar un cola de mono heladito. A lo que Charly, el más joven, también se sumó. La chica y Pancho siguieron con vino.

Yo personalemente, le tengo miedo al cola de mono. El ingrediente leche para mi es fatal. De algún modo imagino que exita los intestinos y los hace trabajar como quien ofrece un bono de fin de año a sus trabajadores de sueldo mínimo.

Bueno, pa seguir con la historia, un par de horas más tarde ya estaban contentos, la chica se tomó su última copa al seco y se fue bastante borracha.

Pancho se tomó una cerveza y también se fue a la chucha, por lo que Charly y Martín tuvieron que subirlo a un taxi.

Luego, los dos amigos volvieron al local donde estaban y siguieron con el cola de mono. Se tomaron tres botellas de litro. ¡Tres botellas de litro! Luego se fueron para su casa.

La fatal ingestión tuvo mierdales consecuencias para ambos compañeros de combate.

Charly se fue caminando porque vivía relativamente cerca. Los retorcijones comenzaron a los pocos pasos. Eran tan fuertes que se le pasó hasta la curadera, trató de caminar más rápido, incluso corrió, pero fue peor, ya sentía que el juguito le salía por el culo. Sentía que tenía un Alien en la guata, o una criatura con vida buscando salir del cautiverio intestinal.

Martín se fue en micro con su pesado bolso. La micro iba llena y cada vez que acomodaba el bolso se le caían un par de peos, de esos que te dejan calientito el calzoncillo, así como con aliento. La gente ya lo estaba mirando feo. Hasta que alguien le espetó ¡termina de cagarte weón chancho!

Martín se baja de la micro como a 5 cuadras de su departamento, también camina apretando dolorosamente, sabe que se ve ridículo, pero no quiere cagarse en los pantalones.

Mientras, nuestro otro protagonista ya estaba a una cuadra de su casa, pero la procesión era espantosa. Cada 10 pasos una violenta frenada para aguantar el vendaval de mierda que se venía. Charly transpiraba frío, se sujetaba a los postes, parecía que iba a morir.

Martín ya estaba en los escalones de su edificio. Saluda al conserje y entra rápidamente y con un extraño zangoloteo al ascensor, presiona el botón 11 y ahí mismo se caga hasta el cogote. La mierda sale por los pantalones, siente el río tibio por las piernas, entra a los zapatos y es la más hedionda que ha olido en años. Deja un lago de caca en el ascensor y una fétida estela lo sigue hasta su puerta.

Charly también está llegando y parece que lo va a lograr, pero al meter la llave en la puerta del departamento ¡pum! Salió la cagada como un aluvión. Parecía cascada. Chorros y chorros de mierda caían por sus piernas mientras daba vuelta a la chapa. Sacó la llave y la metió en la otra chapa y el mierdal seguía saliendo.

Entró rápidamente dejando un río de diarrea hasta el baño. Luego de limpiarse tuvo que ir a limpiar la entrada de la puerta y seguir con el río de mierda hasta el baño. Suerte que nadie lo vio.

Martín tuvo peor suerte. Como dejó la cagada en el ascensor, los maricones conserjes lo sapearon al día siguiente con su señora y más encima le contaron a algunos vecinos. El pobre estuvo castigado como tres meses y con la amenaza de internarlo en una clínica para alcohólicos "porque no te podís andar cagando en los pantalones", le dijo su señora.

Bueno mis queridos lectores, les cuento esta historia real para que la próxima vez que vayan a tomar o beber, o ambas cosas, tengan cuidado con provocar al monstruo de la caca porque no perdona. No es ninguna gracia que una feroz cagada los pille caminando por un céntrico paseo o arriba de una micro.