29 marzo 2006

Sexo extremo

Por: Enrikín.

A mis 22 años llevaba 3 trabajando en el oficio más antiguo del mundo. No precisamente porque me gustara. Fui mala para estudiar desde chica, vivía sólo con mi mamá y a los 15 ya tenía un cuerpo que dejaba locos a los hombres.

Así, a los 19 me reclutó una tía que atendía sólo a hombres poderosos del barrio alto. Me hizo algunos arreglos. Según ella fueron menos que los de las otras niñas porque “se nota que tú eres de buena raza cabra, debes tener sangre gringa”, me dijo la doña.

Una vez reclutada, estuve tres años en el negocio hasta aquel nefasto día en el que conocí al “viejo loco”, como le decían las otras chicas.

Fueron tres años de privilegios porque la doña me agarró cariño.

-Ya va a llegar otra princesita y la vieja te va a olvidar. Me decía la Paullette, que era una de las más antiguas y había sido la regalona de la vieja alguna vez.

Mis clientes no pedían nada raro. A veces lencería de látex, otros que les gustaba la cascada con champaña, algunos que sólo miraban como me revolcaba con sus mujeres. La verdad que nada fuera de lugar en este ambiente.

Hasta el día que me enviaron donde aquel extraño cliente. La tía ya tenía “princesita” nueva y las otras me miraban con sonrisas de burla.

La casa era espectacular. Parecía un castillo y estaba al final de un camino en un cerro. En el portón de entrada habían cámaras y en el jardín varios perros que no ladraban, sólo observaban con cara de pocos amigos.

Abre la puerta un mayordomo. Me saluda y me dice adelante. Me acompaña hasta una habitación. Todo el lugar es muy lujoso, pero no muy bonito, parece una iglesia. “Así debe vivir la gente rica...”, pienso.

El cuarto era bellísimo, una gran cama con sábanas doradas, nunca en mi vida había visto sábanas doradas. En un sillón grande y antiguo había un hermoso vestido y lencería francesa.

La música era suave y parecía que cantaban ángeles. Me desnudo y visto con la ropa del sillón. Me miro en los espejos. Cierro los ojos e imagino que soy una estrella de cine.

-Te vez hermosa pequeña.

Una voz ronca y pastosa me despierta del sueño de película. Es un hombre mayor, pero atractivo, alto y bronceado, Se nota que cuida su cuerpo.

El hombre baja las luces y comienza a seducirme. Pronto caigo en su juego. Es lento, pero muy sensual. Me da un licor cremoso para beber. Le digo que no puedo beber y él me dice que por lo que paga ninguna chica de la doña se debe negar a sus pedidos.

Comienza a desnudarme, me toca, juega con mi cuerpo, pero el viejo es suave y delicado con sus manos, sabe donde ponerlas.

En ningún momento me pide que lo bese. Tampoco exige fellatio. Comienzo a sentir desconfianza cuando tampoco busca penetración.

De pronto se hunde en mi vagina y comienza a pasar su lengua. Lo hace bien o al menos me hace sentir cosas. Me gusta y me dejo llevar.

Ningún tipo o mujer había encontrado esos lugares inexplorados de mi cuerpo. Era bueno el anciano en eso.

Luego de unos minutos me pide que haga pipí en su cara. Me espanto, pero él me trata con suavidad y casi hipnotizada por su voz accedo sin darme cuenta. El viejo está en éxtasis, siento como traga el amarillo líquido. Siento asco, pero sigo entregada a sus peticiones.

Luego me comienza a besar el culo, lo acaricia y de pronto me pide que haga caca sobre su cara. ¡Dios!, No lo puedo creer, quién es este hombre.

Resumiendo, hice todo lo que me pidió. El tipo bebió mi orina y se comió mi caca, luego de eso eyaculó, me pagó y dibujó una horrible sonrisa en su rostro, una mueca que jamás olvidaré. Yo me vestí, me fui y nunca más volví a prostituirme. Ya han pasado varios años de eso, trato de olvidar pero no puedo y sólo deseo que ninguna joven vuelva pasar por eso, es asqueroso.

N. del E.: Esta historia llegó en forma de relato al mail por un lector o lectora anónimo del blog. Igual sufrió la transformación a primera persona y además Enrikín le puso algo de su cosecha en materia literaria. Sigan leyendo nuestras fomedades caquísticas estimados amiguis del blog.

21 marzo 2006

¡Ay que erís pesado!

Por: Polakín.

Se llamaba Susana. No era necesario que fuese la mujer 10. Tenía de todo, belleza y un cuerpo hermoso. Pero por sobre esas cosas lo que más me agradaba era su carita blanca, su pelo brillante y una voz tierna pero coqueta que me daban ganas de abrazarla y no soltarla más.

Yo no la conocía mucho, sólo había cruzado un par de palabras con ella y siempre fuimos muy simpáticos el uno con el otro.

Cuando la veía afuera o coincidíamos en trayectos camino a casa siempre la saludaba o tiraba alguna talla para hacerme el lindo. Creo que funcionaba bien. Ella y su ropa de colegio con faldita, y yo con el tradicional pantalón gris y chaleco azul. Se veía preciosa de escolar o con ropa de calle. Estaba ilusionado.

Susana era de esas minas tiernuchas, orgullosas de no decir garabatos en público, era inteligente, interesante y de buena familia.

Me gustaba harto y no me avergonzaba mirarla durante varios minutos casi sin pestañear.

Un día la saludé y le pregunté como estaba. Ella accedió a seguir conversando y hablamos durante algunos minutos. Así por un par de semanas que ya no sólo nos saludábamos si no que también conversábamos de tonteras.

Susana siempre reía, siempre tenía su cara llena de felicidad. Eso me atontaba haciendo que yo también riera todo el tiempo que estaba cerca de ella. De verdad parecíamos hueones. A veces yo decía cualquier estupidez para hacerla reír y ella sonreía tierna diciéndome -ay, que erís tonto- o -ay, que erís pesado- mientras coquetamente con su dedo me tocaba el pecho o los brazos. Ahora que lo pienso realmente parecíamos hueones, pareciamos atontados. Comencé a estar cada vez más seguro de que yo le gustaba y veía cerca la posibilidad de que atináramos.

Así fue como en un final de semana en horas de la noche, nos pusimos a conversar en la calle. No debíamos juntarnos con nadie y creo que entendíamos que esa tarde-noche era para nosotros, así que le puse todo el empeño para intentar atinármela ese día.

Lamentablemente las cosas no salieron como lo esperaba. La verdad es que no recuerdo con certeza que cosa graciosa fue la que dije, pero Susana reaccionó con la ya típica sonrisa tierna diciéndome -¡aaay, que erís pesado!- y a la vez metiéndome su dedo índice justo debajo de las costillas, haciendo presión y provocando que se me escapara un ¡sonoro peo!

¡Quedé absorto! El cuerpo se me puso tieso, ¡que desgracia! Claramente el peo no pasó desapercibido. En ese momento quedamos en silencio y yo agobiado le dije que debía irme, así que me despedí apurado y agregué no muy convencido un "nos vemos".

Me fui para la casa muerto de la vergüenza. La escena se repetía en mi cabeza una y otra vez. Al rato siento que buscan, miré escondido por la ventana y vi que era ella. No quería verla, no quería hablarle, y era lógico ya que ¡se me escapó un peo delante de ella! Le pedí a mi mamá que por favor le diga que no iba a salir, que tenía cosas que hacer.

Después de lo ocurrido viví haciéndole el quite a la linda Susana. Al principio me sentí mal, pero luego no me arrepentía de haberme alejado de ella.

Meses después la vi pololeando con el pánfilo del Esteban, y otros meses después la vi embarazada esperando un crío del mismo tarado. Pensé en que ese pude haber sido yo, y no serlo me hizo feliz.

Por eso amigas y amigos, nunca se sientan mal si se les cae un peo en mal momento, recíbanlo con alegría, siéntanse contentos y si pueden hasta celébrenlo. Por algo llegan, por algo salen, siempre sean agradecidos del peíto.

16 marzo 2006

Del papel higiénico

Por: Polakín.

Unos más tiesos, más blandos, más suaves o duros, de colores, con diseños, incluso he sabido que en algunos países ya hay con comics y con aromas, es decir, ya se ha cubierto casi todo el espectro del papel pa limpiarse el poto después de chantar la pulenta cagada.

Están esos de baños públicos, generalmente de malls o de empresas. Dejan un tremendo rollo de papel dentro de una caja metálica que muchas veces tiene hasta candado. ¿Para que no se roben papel? Quién sabe. Lo penca es que te querís limpiar, vay a sacar papel y la hueá ¡se corta! Quedai con un montón de papelitos pequeños en la mano antes de poder sacar uno largo. Al menos podría venir prepicada la hueá.

Yo estos los arrugo un poco con las dos manos antes de hacerlos remover escombros.

El polo opuesto son esos papeles que parecen de cebolla. Por gamba cincuenta los consigues en cualquier bazar de barrio. Delgaditas y flácidas las hueás. Tenís que doblarlos varias veces para dejarlo grueso porque si no, te las pasai por el poto y en plena tarea se rompen dejándote las uñas con caca. ¡Horrible! Todo mal.

Hay unos rollos bien fifís que vienen con doble hoja, adornos y dibujitos. Se ven bonitos con su delicadez y suavidad llenos de caca. No le veo la gracia.

La verdad es que prefiero esos papeles de los más normales. Ni caros son. Nada de olores, ni figuras con ositos ni corazones ni flores. Sólo deben ser resistentes y no tiesos. Con eso basta.

Además, debemos tener rollos de repuesto en el baño, cosa de que si se acaba el que está colgado rápidamente podamos acudir al rollito escondido en algún mueble del baño. Nada peor que sentarse a cagar y no haber reparado antes en la falta de papel.

Si no hay es tragedia. Lo primero que se me viene a la mente con esto de la ausencia de papel es mi infancia. Por ese entonces era más hueón que ahora. Varias veces me pasó que iba a cagar y no me fijaba en si había o no papel suficiente para mi limpieza.

Claro, ya sentado y después de la primera evacuación me daba cuenta que no había papel para la impresora.

Me recuerdo con los pantalones y calzoncillos a media raja, con una mano abriendo la puerta del baño y con la otra sujetando la ropa, a poto pelao caminando con graciosa dificultad por la casa, hasta el lugar donde se guarda el papel higiénico.

Una vez incluso, estaba tan urgido de que alguien llegara de improviso a la casa, que sin darme cuenta lo primero que tomé fue un rollo de toalla nova, lo miré, pensé que quizá papel higiénico no iba a encontrar, así que con la toalla nova me devolví al baño. Es raro si, no es igual. Es como cartón suave. Después regresé y deje el rollo de nova donde estaba. Nadie lo supo.

¡Que momentos!

Por suerte, ahora ya se acostumbra tener más papel en los baños.

Mucha importancia no se les da. He sabido de quienes han tenido que usar toallas de mano, paños y traperos para suplantar al ausente papel.

Hace mucho tiempo escuché una conversación donde un individuo le contaba a su amigo que al no encontrar papel en el baño (creo que estaba de visita) tuvo que lavarse ahí mismo el poto, mojando su mano en el lavamanos y pasándosela por la raja. Que terrible. Después se secó con la toalla de manos. Bueno, también es culpa de los dueños de casa por no poner papel higiénico a las visitas.

En fin... ¿a quién no le ha pasado? Que mal. Mientras termino de escribir esto sigo haciendo memoria y hay cosas memorables. A ver si más adelante se las cuento.

14 marzo 2006

Un verano en la oficina

Por: Enrikín.

Era verano y me quedé una semana sólo en la oficina debido a que era nuevo en el trabajo y los nuevos siempre son víctimas de abusos como estos. Además mi señora se fue a la playa con sus padres y hermanos.

En esas circunstancias aproveché de llamar a viejos amigos de parranda y resultó que dos estaban también de viudos de verano por el trabajo. Nos pusimos de acuerdo y salimos de juerga un día miércoles.

La jornada de alcohol, discotheque, mujeres y remate con comida chatarra fue horrorosa. Al día siguiente mi aspecto era fatal. Tenía mucha sed, dolor de cabeza y me dolían hasta los huesos, además ya estaba atrasado, así que ducha rápida, lavada de dientes y partí al maldito laburo.

Una vez en mi escritorio todo seguía igual. Hasta que comenzaron los retorcijones. La mierda no quería esperar. Partí apretando los cachetes hasta el baño y para mi sorpresa estaba la señora de la limpieza. Me miró con cara de pocos amigos y siguió limpiando.

-Señora, por favor necesito ocupar el baño urgente, el dije.

-Mi horario de limpieza es este y no lo he cambiado en 10 años ¿porqué lo voy a hacer ahora?

-Por favor, le dije dando lástima.

La vieja no pescó y siguió tirando cloro al water. Mientras el mojón ya estaba asomándose. De pronto recordé el baño de mujeres y partí corriendo todo culijunto, cual maricón histérico.

Llego a la puerta y sonrío aliviado, pero al poner la mano en la chapa ¡Horror... la maldita estaba con llave!

Comienzo a entrar en pánico. De pronto recordé que el edificio era de servicios públicos, por lo que había baños en todos los pisos (yo trabajo en el 10).

Los del 9 cerrados. Ya casi no sostenía el mojón en el culo, La sensación era de agobio y desesperación. Bajo al 8, nada. En el 7 nada. Siento que me cago. Freno en las escaleras. En alguna parte escuché que frotarse las rodillas apaciguaba las ganas de cagar. Me apoyé en la paredes y comencé a frotarme. Malditos mitos, parece que fue peor porque salió un maldito peo como mensaje de aviso.

En el piso 6 llegué al baño de hombres y estaba cerrado. En mi desesperación fui al de mujer (lo que no hice en los otros pisos) y ¿qué creen? Siiiiiii, estaba abierto. Miré a todos lados y no había nadie. Entré feliz, me paro al medio a ver si había alguna chica y nada. Cierro por dentro y sólo eran unos paso al water, pero mi esfínter ya había soportado una larga tortura y me cagué en los pantalones.

El mundo se me vino abajo. Pensé un rato y nada, no me quedaba otra que sacarme la ropa y lavar los calzoncillos. Así lo hice, pero el pantalón también había salido afectado. Resignado comienzo a lavar el calzoncillo.

De pronto recuerdo a los amigos de la noche pasada y llamo a uno. No contesta. Intento con el otro y cuento corto, se demoró poco más de una hora en prestarme calzoncillos y pantalones limpios. Además el weón contó mi triste anécdota en la única reunión de ex compañeros a la que asistí. Triste la maldita historia, pero ahora me acuerdo y mejor me río. Nunca más salí a carretear día de semana.

N. del E.: Este relato llegó de un correo anónimo. La anécdota está buena, pero venía mal escrito, así que le hice algunos cambios. Espero que quien la mandó comprenda que lo hago para que nuestros lectores no se aburran con malos textos. Además lo cambié a primera persona por que me parece más cercano al pueblo jojo.

10 marzo 2006

Si van a viajar, por favor cuídense

Por: Enrikín.

Un tema que no hemos tratado, y muy importante en lo que se refiere a nuestro querido aparato digestivo, es el de los viajes. Quizás no les ocurra a todos, pero el cambio de comidas me descompagina todo respecto de ir a echar una cagada. Además que sentarse en un water ajeno ya es complicado.

Normalmente tengo una buena digestión, es decir controladas, salvo honrosas excepciones, como por ejemplo una vez que me mis intestinos me pegaron una desconocida y me vi obligado a cagar en el bar El Playa de Valpo., cuestión que si bien es una hazaña (quienes conocen El Playa me comprenderán), no me enorgullece para nada.

Bien, este verano partí al sur y tras una soberana borrachera se me ocurrió comer un lomito completo de dudosa reputación que me tuvo con una diarrea galopante por unas 24 horas. Los días siguientes anduve delicadito, es decir, comidas livianas, buena hidratación, sin embargo mi puto estómago no se afirmaba. Las deposiciones eran poco sólidas y casi al borde de la churretera. Así estuve casi una semana.

Mi consejo para este tipo de situaciones es no comer en lugares poco higiénicos o que les inspiren desconfianza, recuerden que el hambre es un estado mental y ante la duda, mejor abstenerse.

La semana siguiente fue todo lo contrario. Un día martes me subí al avión rumbo a Río de Janeiro, y como sistema de autodefensa mi aparato digestivo se negó a trabajar por 3 días.

Imagínense en otro país, con tazas desconocidas, con un calor húmedo sobre los 33 grados, una mierda de ambiente y el weón más encima trancado.

Al cuarto día tuve que forzar la salida del mierdal. Me tomé un jugo de ciruelas y luego un yogur. ¿Resultado? deben haber sido unos tres kilos de mierda, de varias tonalidades y consistencia, rubia, café, negra, con choclo, sin choclo, sólida, cremita, aceitosa. Fue un verdadero espectáculo, el water del hotel parecía un cuadro de Miró.

Creo que no existe placer mas exquisito que cagar en forma lenta y relajada en un water heladito, limpio y cargadito de agua para ver como se van los zurullos o, en su defecto, la plasta de mierda.

El baño no es un juego de fantasilandia, tampoco es la pieza de motel con cama que vibra. El ídolo de loza es para cagar, no para otra cosa. Siempre debe estar helado y limpio, no lo olviden.

Tras millonario depósito me fui a descansar un rato y les puedo contar que además mi aparato digestivo volvió a la normalidad. Por esta razón se deben cuidar con las comidas cuando viajen y beban mucho agua en botella porque hidrata y ayuda en la consitencia de los mojones.

Si sé, quizás no sea una historia entretenida, pero mi intención no es entretenerlos con este reporte, si no más bien ilustrarlos, orientarlos y prevenirlos de que se cuiden cuando estén fuera de sus hogares... y lo más importante, lejos de su bien amado ídolo de loza.

No coman chatarra, frituras, ni cosas desconocidas. No beban agua de la llave, menos se castiguen con sendas borracheras. Los viajes se deben disfrutar, por eso, cuídense mis queridos lectores, se los dice la voz de la experiencia.

Pronto les postearé una historia entretenida. No todo tiene que ser chiste en la vida, aunque así es más entretenida ¿no creen?. Nos vemos.

07 marzo 2006

El mojón más grande del mundo

Enviado por: Invar.

Siempre he pensado que cagar es un deporte. Simplemente porque que eliges un horario para practicarlo, demanda esfuerzo, activa algunos músculos del cuerpo y debes ser disciplinado para ser constante en dicho afán.

Por asuntos de pega y las clases en la universidad había acostumbrado a mi cuerpo para que defecara cada noche pasada las 11. ¿Por qué? Bueno, porque a esa hora puedo sentarme en el water con la puerta abierta, leer tranquilamente sin que nadie webee y porque subentiendo que siempre estaré en lugar seguro cuando se produzca el llamado de la selva.

Pero aquella noche era distinta, era la gran noche. Tras tres meses de pololeo con Pamela ella quería presentarme a su familia. Y como decirle "no, lo siento a esa hora estoy cagando". Fue imposible eludir el compromiso, así que a la guerra nomás.

Era una de esas casas antiguas que se ubican detrás de la Plaza Ñuñoa. Pamela viene de una familia con apellido. Su papá trabaja en la CEPAL y la vieja tiene una boutique en Alonso de Córdova. Apenas toco el timbre, Pamela sale a recibirme.

Tomados de la mano entramos y están todos en el living nos observan de forma curiosa. Parece un maldito comercial del Opus Dei pero es verdad.

Tras un breve diálogo con la familia con preguntas como "¿le costó mucho llegar?" o "¿cuándo empiezan de nuevo las clases?", pasamos a la cena.

Una vez en la mesa, la familia comienza su intento por tratar de conocerme. No me echo demasiada comida a la boca para así poder hablar, sin que ninguna partícula vuele en dirección desconocida.

Tras un breve interrogatorio comienzo a impresionar al viejo que le gusta el cine clásico y como me manejo en el tema, hablamos de Houston, de Ford, de Cassavettes, de Hitchcook. Estoy dejando una grata impresión hasta que por casualidad miro la hora y faltaban 5 minutos para las 11. La hora fatal. Chesumare. Y justo aquí.

Pese a los 30 minutos de arduo trabajo retrasando el acto de cagar. El estomago es drástico y no perdona. Pido disculpas y le pregunto a mi polola donde se ubica el baño. Cuando llego y me siento en el water es un alivio total. El lugar es grande y no necesito abrir la puerta para estirar las patitas. Cagar es un deporte placentero, sobre todo cuando salen esos mojones grandes que demandan un gran esfuerzo lanzarlos al mundo. Esta era una de aquellas ocasiones.

Antes de tirar la cadena, quizás por curiosidad o simple hábito, miro todo lo que he echado fuera. Y debo reconocer que aquel era el mojón más grande del mundo. Una masa de color café con incrustaciones de tono oscuro. Era un súper mojón de dimensiones épicas.

Pienso que la hora avanza, estoy en casa ajena y ya es hora de despedirme del súper mojón. Con tristeza tiro la cadena. Espero que a que el agua empiece a llenar el estanque, corro las ventanas para que se vaya el mal olor y abro de nuevo encontrándome con la sorpresa que seguía allí. Mala raja, pensé y tiré del botón nuevamente pero el zurullo nadaba a gusto en el water de la casa de mi polola.

Y así habré tirado la cadena unas 7 u 8 veces y nada. Para mi espanto, súper mojón se negaba a entrar al alcantarillado.

¿Cómo me saco de encima a este pinche zurullo? ¿Cómo le hago entender que hace 10 minutos debería haber salido del baño y estar comiendo el postre mientras convenzo al dueño de casa que su hija está en buenas manos?

"El pueblo unido jamás será vencido" recordé y con la ayuda de un llavero con punta, que nunca más volví a utilizar, partí en dos al mojón más grande del mundo. Con cara de triunfo, oprimí el botón del estanque y el agua se llevó a La Bestia. Había derrotado al Monstruo.

Ahora, ¿Con qué cara explicaría a la familia de Pamela el motivo de mi retraso en el baño?

Bajé la escala con cuidado y me acerqué a la mesa con cautela. Algo había en mi cara que hizo que Pamela no pudiera reprimir la risa y todos le siguieron. Mi abuelo alguna vez me dijo que las mujeres eran como los boxeadores, hay muchas pero sólo algunas son las que se recuerdan. Y parece que estaba con una de ellas.

06 marzo 2006

Agradecimientos

Del Team Akgar.

Antes que todo, queremos darles nuestros sinceros agradecimientos a todos ustedes (nuestros queridos lectores y colaboradores) quienes vienen hasta esta mierda de Blog a leer variadas estupideces con visos de inteligencia o buena redacción quizás.

Hemos tenido la patudez de interrumpir nuestra frecuente evacuación de publicaciones para darles las gracias por visitarnos y leernos. Además les queremos enviar un fuerte abrazo virtual a quienes nos han colaborado desinteresadamente. Y también contarles que tenemos Blog para rato.

Queremos que nos sigan enviando sus historias y colaboraciones al mail akgarblog@gmail.com. Revisamos los correos y todavía nos quedan cosas por ordenar.

Saludos a todos ustedes y sigan promocionando el Blog.

Y para que no se vayan con las manos vacías...

Va Caperucita Roja cantando por el bosque:

– Soy Caperucita Roja, una niña muy feliz...

Cuando de repente ve al Lobo Feroz oculto en un árbol y le gritó:

– Señor Lobo, ¡ya lo vi detrás de ese árbol!

El Lobo Feroz salió corriendo y Caperucita continúo su camino cantando su cancioncilla, cuando a unos pasos descubrió de nuevo al Lobo y le gritó:

– Señor Lobo, ¡ya lo miré de nuevo! Está detrás de esos matorrales.

Una vez más al descubierto, el Lobo Feroz salió corriendo y Caperucita siguió su camino cantando, cuando poco después se topó de nuevo con el Lobo y otra vez le dijo:

– Señor Lobo, ¡ya lo vi otra vez, detrás de esa roca!

Finalmente, harto de ser descubierto por la endemoniada pendeja, el Lobo Feroz explotó:

– Bueno, pues, ¿de qué se trata?, ¿¡Es que no se puede cagar tranquilo en este bosque!?



Akgar Team!
Atte. A ustedes:
Polakín y Enrikín.
En nombre también, de quienes han colaborado.

01 marzo 2006

Se me cayó un mojón

Por: Polakín.

Estábamos -un amigo y yo- instalados en la feria de cachureos del barrio, con un montón de ropa que habíamos conseguido. En realidad, eran las sobras que nadie quiso de la venta del sábado anterior, así que -en su mayoría- era sólo basura inservible.

En fin, eso sólo era un detalle.

La noche anterior habíamos ido a carretear donde unos buenos amigos y como vivimos cerca, llegamos juntos, mi socio y yo, a eso de las 7am del día sábado.

Para tomar buenos puestos en la feria de cachureos del día sábado, es necesario llegar temprano, así que recién llegados a nuestros hogares nos pusimos de acuerdo en cambiarnos ropa, comer algo y salir a instalarnos en la famosa feria.

Salimos con la carretilla llena de cuestiones ya siendo más o menos las 7:30am.

Todo esto de vender ropa y cachureos tenía la noble intención de lograr los fondos necesarios para ir de paseo a la playa. Así que en pleno enero, estábamos vendiendo. Algo así como, por necesidá.

Llegamos, nos instalamos con las ropas de segunda, tercera o cuarta mano, sobre varios sacos que tiramos en el suelo.

Comparado con la semana anterior -cuando en compañía de varios de nuestros demás socios vendimos mucha ropa y el interés de la gente por nuestros productos era enorme- esta vez el panorama era absolutamente deprimente. Nadie nos pescaba.

Ya pasadas las 10am, comenzábamos a sentir que estábamos equivocados. Que estábamos en medio de un error enorme. Gracias al lindo sol, fermentábamos la caña, aburridos y viendo como la gente ignoraba -con justa razón- las hueás que tratábamos de vender ilusamente.

Como a eso de las 12 del día, mi socio me avisa: hueón, estoy que me cago, voy a la casa y vuelvo. Chucha, pensé. Pero sólo atiné a decirle, “bueno, te espero poh, weón”.

Este weón se fue apurado, y les juro que debe haber llegado de vuelta como a la 1 de la tarde el muy cara e’ raja. Pacientemente, esperé la hora completita que se tomó para –supuestamente- cagar. Desde donde estábamos ubicados en la feria de cachureos, hasta su casa, no debería demorarse más de 5 minutos caminando...¡y lento! Así que caché que algo raro pasó. No teníamos teléfono celular y no podía dejar el flamante puesto solo.

Yo ya estaba choria’o con el wéon... y en realidad también choria’o con el mundo y mi destino, que me tenían ahí sentado con todo el sol justo sobre mi cabeza, muerto de calor, aburrido y con caña.

En eso, llega el lindo.

Con una cara mezcla de risa y vergüenza, me dice “llegué”.

- ¿Y voh weón?, puta que te demoraste.
Se ríe, se sienta y me dice - Sí weón, es que me pasó una hueá.
- ¿Qué cosa? – Le pregunté y ya riéndose me dice - Me cagué.
- ¿Qué?
- Antes de llegar a la casa me cagué, se me cayó un mojón.

En ese momento recordé los problemas de contención que mi socio había mencionado en conversaciones anteriores. Le pregunté que hizo, y me contó que llegó a penas a su casa, tratando de que el mojón siguiera acostado en el calzoncillo y no se cayera, con el riesgo de que si se apuraba mucho, el zurullo podía bajar por la pierna. Llegó a su casa, se sacó el calzoncillo con el mojón pos-carrete, cagó lo que restaba, y tuvo que lavar la hueá de calzoncillo blanco en el lava manos, para evitarse la vergüenza de decirle a su vieja que se había caga’o. Lo colgó en el patio para que se secara. Se dio una ducha y se vino a la feria.

Yo ya me reía.

- Me duele la cabeza. - Me dijo.
- Jajajá, ya weón. Vámonos de aquí, no aguanto más esta hueá, weón cagón. – Le dije.
- Sí weón, mejor loh vámo.