23 noviembre 2006

Historia de una eterna cagadera

Por: Polakín.

Mientras justamente dejaba la cagá en el baño, decidí contar la génesis y detalles de este hecho. Quizás el texto se haga un poco extenso (o muy extenso), pero inmediatamente te digo "lee posom!", además que hace rato que no escribía algo para el Blog. Esta cosa es pura cultura.

Lo otro que podís hacer es imprimir esta hueá y llevártela al baño. En fin, aquí voy y provecho (cambié algunos nombres para proteger a inocentes).

Ayer en la mañana me quedé dormido. Por suerte tengo la dicha de ser afortunado y mi adorada madre me despertó haciendo una llamada a mi celular que descansa en el velador. Siempre lo hace así. Más de alguno se preguntará poniendo voz de parálisis facial "¿Y por qué tu vieja no va a tu pieza y te golpea la puerta?". Y bueno, no sé. Muchas veces me ha pasado que su llamado lo confundo con la alarma del celular, y entonces corto. Ayer eso pasó una vez, y a la siguiente llamada miré el celu y caché que me llamaba mi vieja. "¿Qué querrá?" pensé, e inmediatamente exclamé en mi mente "chátumare, me quedé dormido". Puse mis pies en el suelo ágilmente y corrí a la ducha. Me vestí y partí a trabajar sin desayunar.

Acá en el trabajo cuando venís sin desayuno podís ir a comprar un sanguche donde el tatita que vende de todo en un furgón. Partí para allá con Steve (un compañero de pega) y este weón me convenció de probar el sanguche de arrollao huaso artesanal. Sencillamente era como un pedazo de mano en medio de una marraqueta. ¡Tremendo! Compramos la hueá, y Steve se rajó con un jugo de litro pa pasarlo.

Llegó la hora de almuerzo y fui con este weón a comer, sin mucha hambre la verdá, pero con la idea de alimentarnos bien. Arroz con tomaticán fue la dosis, y ahí quedé paralizado.

Durante la tarde pasé al baño pero literalmente me fui en puros saltos y peos. De todos modos me sentía bien así que no me preocupé.

Cuando llegué a casa a eso de las 23 horas, vi como una olla con lentejas me esperaba impaciente. Estaban recién hechas, y casi me hablaban.

Me serví un plato decente de lentejas, que rocié con quesito rayao como para darles ese toque más salado. Acompañé con pan algunas cucharadas y fui feliz saboreando tan delicioso plato. Lógicamente me serví más, digamos como para no quedar con gusto a poco. Así, con guatita llena hice algunas cosas y me fui a dormir, sin pensar en el mierdal que se estaba desarrollando en mi aparato digestivo.

Al día siguiente desperté y sentí que la guata pesaba más. Bajé al baño y me senté para eliminar peso. Mal, me fui en puro trámite mientras sostenía en mis manos el publimetro del día anterior. A ratos lo apretaba haciendo fuerza pero lo único que conseguía era que los ojos se me pusieran vidriosos y uno que otro puchero del pequeño.

Decidido a perdonar a mis intestinos y darles una nueva oportunidad antes de la ducha, me fui a desayunar. Me senté en la mesa y tomé una taza de té con medio pan. Las ganas de cagar casi habían desaparecido. De hecho pensé que sólo estaba hinchao y era cosa de relajarme no más.

Comí, vi los goles y escuché los comentarios del Aldo (Rómulo Schiapacasse) mientras le daba tiempo a mi humanidad para que trabajara en lo suyo. Con fe en mí pasé al baño, me empeloté para la ducha y me senté a cagar. Después de un esfuerzo enorme, logré evacuar unos tímidos zurullos que no alcanzaron a desocupar por completo el espacio que sentía pesado en mí.

Me duché y me vestí sintiendo la hinchazón. Repasé en mi mente el listado de huevadas que incorporé a mi organismo el día anterior y caché altiro que la cosa se podría poner fea. Salí de la casa y dirigí mis pasos al metro.

De inmediato comencé a sentir los retorcijones con la caminata. ¡Arrggg! ya no me podía devolver porque iba atrasado, así que apuré el andar no más. Quedaba una hora de camino hacía el baño de la oficina y esa era mi misión. El 70% de mi capacidad cerebral estaba destinada a mantener el culo cerrado para que no saliera gas ni mierda.

Llegué a comprar mi boleto, y agregándole angustia a mi situación me tocan esas filas huevonas de gente cargando la tarjeta multivía con ¡1.000 pesos! ¡¡¡Pero es que cómo tan huevones!!! ¡Viejas, viejos, pelotas de corbata, señoras con pinta de oficina cargando la tarjeta con luka! Si el pasaje cuesta entre 370 y 460 pesos ¿por qué cresta señora señor carga la hueaíta con mil mugrientos pesos? Si sabís que tenís que tomar el metro de vuelta, si sabís que mañana, y toda la semana, y todo el mes vas a usar la tarjeta... ¿por qué no le ponís 5 mil pesos altiro? Y de pasaíta te dejai de hacer filas todos los días, ¡haciéndole la vida más difícil a millones de chilenos! Por las reshushas, el chileno es muy rehueón. A veces pienso que Enrikín tiene razón cuando dice eso de “la raza es la mala hueón”.

En fin... compré mi maldito boleto de estudiante con la alegría que me embargaba. En el metro me fui quieto. Las frenadas me ponían nervioso y miraba para todos lados preguntándome si la gente sabía que estaba que me cagaba. Sentía todo mi cuerpo tieso y comencé a odiar mi cinturón.

Llegué a la última estación y caminé a tomar el metro bus. Sí, trabajo lejos estimadas/os lectores. Además mi situación de clase media (¿baja, alta, emergente?) no me permite aún ir en vehículo propio. Pagué y me senté al lado de la ventana, para aprovechar de abrir un poco y tomar más aire. El problema fue que no consideré el hecho de que sentado, mis interiores recibirían más presión que estando parado. Creo que así fue como empezaron la puntadas de izquierda a derecha. Ya no podía más.

De pronto pasando Vitacura, el tránsito se tornó cada vez más lento hasta convertirse en lo que estás pensando ¡sí... un maldito taco! justo a mí. Lo único que pasaba entre mis orejas era llegar al baño de la oficina y liberar mis penas. El dolor me afligía y nadie en el metro bus podía entender mi cara de incomodidad. Traté de dormir, traté de no pensar, pero la desesperación me lo impedía.

Pasaron los minutos, que fueron unos 40, y terminó el taco. Lo provocaron 5 vehículos en la bajada de la pirámide. Luego de eso el Metrobus agarró vuelo y el resto del camino se vino soplao. Sentí alegría, estaba a poquitos minutos de sentarme a poto pelao y evacuar la mugre que llevaba dentro.

Llegué a la oficina, dejé mi bolso y me saqué la chaqueta. Al instante llega Mery, una compañera de oficina, y me dice:
- ¡Polakín! te estabamos esperando, pasa a la sala de reuniones porque le vamos a cantar el cumpleaños feliz a Sharon.-

Horror. Para allá fui absolutamente tieso. Estaba todo el mundo, y estaban todos felices, y estaban todos contentos y todos distendidos. Era yo él único que pensaba en echar la cagá mientras todos contentos coreaban:"¡que los cumplas feeeeliiiiz!". Puse las nalgas duras para soportar el mierdal y me encomendé al pulento. Sentí que mi cara se deformaba y ya no daba más.

En eso caché la torta. Una hueá llena de crema que empezaron a partir y repartir.
- Toma Polakín -Me dijo Roger- entregándome un trozo de torta forrado en crema. Me vi obligado a comer.
- Polakín... ¿bebida o jugo?
- Bebida por favor ¡eeeh... no, no, jugo, jugo... !Albert! quiero jugo... no me dís bebida, gracias - respondí urgido. Si tomaba bebida, me cagaba ahí mismo. Casi cometo un error.

Terminé con el jugo y la torta, y caché a mi compadre Steve en la puerta, me acerqué y le dije textual al oído: - Compire, déjame pasar que estoy que me...-

Dicho eso, la salida fue libre y mía. Caminé al baño como quien camina a recibir un gran premio. Sentí un descanso espiritual enorme y el mundo cambió su medida de tiempo para quedar como esos finales de película. Era yo caminando en cámara lenta y con música épica de fondo, todo por ir a cagar. Entré al baño, me senté y solté los primeros peos de la gran cagada. Al principio salió a chorro y luego ya obré con más tranquilidad. Ahí fue mientras caían los barritos que pensé en relatar todo esto. Y aquí estás tú, leyendo como terminé cagando, y de algún modo sabiendo de mi pesar.

Muchas gracias. Les quiero. ¡Muchachas y muchachos, promocionen el Blog!

Por cierto... me paré, miré la mierda, y claramente se podía saber qué cosas había comido. Algo así como: Tu pasado te condena. En fin, no pesquen, son reflexiones hueonas.

15 noviembre 2006

¿De qué color se caga la muerte?

Por: Enrikín

La verdad es que este tema todavía tiene mucho que dar. Pero no me había imaginado en la siguiente situación. Quizás la pueden encontrar algo fuerte, pero la vida es así, ni blanca ni oscura, sino de todos colores.

Pues bien, hace unos días fui a buscar a una amiga que trabaja en un hospital porque habíamos quedado de tomar unas birritas después del odioso horario laboral. Una vez en el lugar la llamo a su móvil y me dice que se va a demorar unos minutos pero que suba al piso donde trabaja y me da un nombre de esos difíciles que usan los médicos. Luego de cortar pienso que preguntando se llega a Roma, pero me doy cuenta que no es tan así, pues a nadie le sonaba el nombre de mi amiga.

De pronto me encontré solo en un pabellón y realmente perdido. El lugar era donde estaban los enfermos terminales. Sus aspectos eran realmente tristes y espectrales. Me corrió un frío por la espalda. Hasta el pasillo era algo tétrico. Caminando medio perdido me topo con un enfermo que trataba de caminar por las frías baldosas, era un esqueleto enfundado en una bata blanca. Me saluda con una voz quejumbrosa, casi de ultratumba.

En fin. Lentamente el sujeto comienza a susurrarme si lo puedo acompañar un ratito. El tipo tenía el tragicómico aspecto de Don Ramón, pero más viejo y flaco de lo que se puedan imaginar, grandes ojeras negras y un color grisáceo en el rostro, su edad era indefinible. Se afirmaba de forma temblorosa en ese fierro con ruedas sostenedor de bolsitas de suero, y en este caso, dos bolsitas más.

Lo escucho amablemente, pero la verdad es que sólo quería zafar de la situación. En pocas palabras el tipo me dice que se demora unos 20 minutos en ir de la cama al baño. Es decir, en ir, sentarse, volver y tratar de acomodarse en la cama es al menos una hora. Por lo que para él era muy importante hablar con alguien entremedio de esa tortura.

Le pregunto qué enfermedad tiene y él me dice que está con una infección pulmonar que lo matará en 30 días por ser VIH positivo. Además me dice que la familia y los amigos no lo visitan y sólo cruza palabras con los otros enfermos terminales de su pabellón y la gente que trabaja en el lugar.

Yo ya me encontraba bastante incómodo. El insiste que hablar con alguien era como un respiro al aire libre. De pronto pienso algo macabro y antes de censurarme le pregunto ¿oye con qué frecuencia cagas?

El tipo abre unos grandes ojos de color indefinible y sin decir más esboza una sonrisa, tras lo cual le expliqué de nuestro blog, y mi ya nuevo mejor amigo suelta otra sonrisa. Claro que me asusté porque se podía desmayar ahí mismo por la situación.

Cuento corto, me explica que debido a las drogas, la dieta especial y el suero, iba al baño con poca frecuencia, eso significa cada dos o tres días, casi siempre era consistencia acuosa, color amarillo cetrino, sin el olor característico de la caca. Es decir, tenía olor a medicamentos.

Me cuenta que en su pabellón hay puros terminales, cáncer, VIH y otros males. Algunos que ya están en las cuerdas tienen que usar las frías chatas. Mientras me imagino estar casi muriendo y que te pongan esa mierda helada en el culo... es algo inhumano.

Finalmente, le pregunto su nombre, luego me despido y él me estira la mano cadavérica, un pequeño brillo de alegría vi en sus ojos. Le digo que voy a imprimir algunas historias del blog y se les voy a ir a dejar. Tras un par de chaos camino por el pasillo tétrico del hospital y busco la salida rápidamente. Una vez en la entrada respiro profundamente, miro a todos lados buscando un lugar para sentarme y llamo nuevamente al móvil de mi amiga.