22 octubre 2007

Papel higiénico made in USA

Enviado por: Wero.

Cuando tenía unos 12 años vinimos a Santiago mi mamá y yo (en ese momento era un vil provinciano) a ver a una amiga suya que vivía gran parte del año en USA y estaba de vacaciones en Chile. Aparte de estar forrada en plata la vieja, era una consumidora de rarezas tecnológicas y siempre había cosas extravagantes en su departamento, las que claramente e inmerso en mi ignorancia “huasirulística”, yo nunca sabía utilizar del todo bien; tostadoras que hablaban, televisores “touch screen” y un sin fin de cachureos.

El asunto es que almorzamos no sé qué cosa preparada con productos “made in usa” y que al menos sabía bien. Acto seguido y de tanto embeleco gringo que había comido, comenzaron los retorcijones que a esa altura (y poniendo harta oreja) ya hablaban en ingles.

Lo que sigue ya es obvio y es de dominio público… al water se ha dicho. Claramente el baño tenía de todo lo que un baño normal chileno tiene (su “toballa” de manos, el Le Sancy, un Lux sin abrir, el rollo de papel de repuesto, etc.), pero exagerado y nuevamente… todo gringo.

Hice el trámite que tenía que hacer, cerré los ojos cuando los tenía que cerrar y era el momento “de barrer la entrada al castillo”. Agarré el papel higiénico y ¡oh! sorpresa, era mas pesado de lo habitual, mas suave y húmedo (como esas toallitas húmedas que venden ahora), y el típico cilindro central de cartón era duro. Entonces me dije a mi mismo: “nada de raro que el confort sea gringo”, así que aplique en la zona afectada.

Salí del baño impoluto y proseguí goloseando.

A los pocos minutos, me empezó a picar la zona cero. Extrañado me cuestioné si me había limpiado bien y volví al baño a repetir la operación, mismo papel… nada, absolutamente limpio. Salí del baño, no pasaron muchos minutos en el living y de nuevo la picazón… otra vez al baño, esta vez humedecí el papel y me limpié.

Volví al living pero la picazón en vez de disminuir, aumentaba, para colmo (y entiendo que se evidenciaba demasiado) mi mamá me preguntó: “¿hijo, qué te pasa?”, mi desesperación pudo más que mi orgullo e inocentemente le dije: “me pica el potito”, para colmo la amiga de mi mamá pregunta: “¿le pasa algo al niño?”… claramente y ante la preocupación, mi mamá repite mi frase y dice: “es que fue al baño y ahora le pica el potito”.

Teorías iban y teorías venían respecto de la causa de la picazón (a esa altura ya quería hipoglós), incluso fuimos al baño y ¡¡¡ahí estaba el culpable!!!. Hice una reconstitución de las acciones y al momento de tomar el rollo de papel higiénico, la amiga de mi mamá dice:

Amiga: oye ¿te limpiaste con ese confort?

Yo: si ¿por qué?

Amiga: (risas) lo que pasa es que al maestro que vino a pintar ayer, se le cayo ese rollo al recipiente del diluyente y después se nos olvido botarlo.

Yo: ¬_¬

Mi mamá y su amiga se reían en mi cara, y yo puteaba internamente, como no me iba a picar el poto si me había limpiado y relimpiado con papel “humectado” con ¡¡¡diluyente!!! Más encima la cagá de diluyente no tenía olor por que la amiga de mi mamá tenía un producto (gringo para variar) que ¡¡¡mitigaba el olor!!!

Humildemente acepté una toallita, jabón humectante y las instrucciones para usar el bidet.

N. del E.: No sé si es tercera o cuarta historia que nos envía nuestro buen amigo Wero, pero da igual. Como es costumbre, está muy graciosa. Gracias socio, y te aseguramos que los demás lectores (incluyéndonos a nosotros mismos) están esperando más historias tuyas. Saludos.

11 octubre 2007

Desde Colombia con Olor

Enviado por: John Jairo, de Cali, Colombia.

Esta historia le sucedió a un compañero del colegio donde yo estudiaba. Por el año 1995 cuando yo estaba en grado sexto o primero de bachillerato. Yo era el pelado más reservado y tímido de mi grupo, casi no hablaba con nadie y no faltaba el pelmazo que me la quería montar, y yo de puro de hueva me dejaba siempre. Uno de los abusones que tenía en aquel entonces es el protagonista de este cuento. Se llamaba, o mejor dicho se llama (aún no me han dado la buena nueva) Junior Hernando. Un gordo cachetón (debía pesar por lo menos unos 100Kg), se reía por todo y de todos. Su risa guasónica sonaba como la de una bruja de cuento, era el terror de los marginados, todos los demás se reían de sus chistes y burlas por más estúpidas que fueran. Ya se imaginarán que no era muy brillante que digamos en sus estudios, o en realidad para ser sinceros era un completo asno, no daba pie con bola, ya había perdido 2 años y gracias a eso se encontraba en mi mismo grupo.

Cierto día, consentidos por los profesores, aquellos estudiantes que quieren dárselas de líderes, esos que en realidad son cabezas huecas que no ven más allá de sus narices, esos que la gente como yo suele odiar en secreto, organizaron una gran kermese. Ese día cada grupo preparó su venta, y se instalaron mesas en la cancha del colegio. Había empanadas, tamales vallunos, chorizo, toda clase de fritanga, helados, crema, sancocho de gallina y deliciosos platos de la gastronomía colombiana. Como es de esperarse no faltó en la escena nuestro rechoncho protagonista. Hizo el tour completo por todos los puestos, comió y bebió. En algunas mesas tuvo que pagar en otras le regalaban, hasta las sobras se comía como todo un puerquito, no hicieron falta tarros de basura.

En la tarde después de la kermese todos entramos al colegio y sentimos un olor penetrante, constante y difuminado por todo el edificio, un olor a mierda tan fuerte que era imposible ignorarlo. Todos supimos en ese instante que no se trataba de algún pedito fugitivo, ni de algún descuidado que pisó mierda de perro. Queridos lectores, el olor era inconfundible, olía como a mierda húmeda, diarreica y fresca, casi podiamos sentir su textura suave como la de una malteada de chocolate muy espesa. Estaba tan concentrada en el aire que casi se podía saborear. Se preguntarán a que sabe la mierda, bueno pues les diré a que me supo el aire impregnado de mierda, era un sabor amargo y dulzón, como comerse un huevo cocido de hace 3 días acompañado de una cerveza tibia.

Era imposible localizar la fuente del hedor, así que buscamos por todo el edificio, hasta que finalmente una de las estudiantes de grado 11, la niña más atractiva del mundo, hizo su aparición. Me era imposible no tener una erección de sólo verla, inclusive ahora para el tercer reglón de este parrafo, mi verga estaba como para partir un ladrillo de panela. En fin, esta diosa sexual decidió asomarse al baño del piso de arriba, trató de abrirlo y encontró la chapa asegurada. El olor era el triple de fuerte en ese sitio asi que decidió avisar al alto mando. En segundos todo el colegio estaba parado junto a la puerta, trataban de abrir y no podían, todos tapándose la nariz con la camisa o con algún pañuelo. Llamaron al ocupante del sanitario, pero nadie contestaba, sólo se oían pasos y sollozos, también ruidos como de quien arranca papel higiénico. Pasaron unos veinte minutos y los sollozos se convertieron en el llanto de lo que parecía ser un muchacho de unos 13 años, y una vos chillona como la de un marranito.

No hubo más remedio y al aseador tuvo que forzar la puerta y lo que vi ahí es algo que nunca voy a olvidar, es uno de mis recuerdos mas valiosos y asquerosos. Parecía como si Sadam Hussein hubiera mandado un soldado suicida al baño del colegio pero este soldado no era de carne y hueso, sino de pura, física y hedionda mierda. Había mierda en las paredes, en el piso, sobre y dentro de la taza del sanitario, en el tanque, hasta en el techo habían trazas. Las huellas de sus manos en la pared y en el rollo de papel, como si hubieran querido pintar una obra de arte con mierda. Como si esto fuera poco, cerca del techo atascado en una ventana que daba a la calle y con medio cuerpo por fuera, los pantalones abajo y el culo embarrado de caca, estaba nada menos que Junior. Al sentir la puerta abrirse la expresión de vergüenza y resignación que sentí de él fue única, fue como el respiro para mi alma. Lo disfruté muchísimo, lloraba como una niña mientras todo el colegio se reía de él, fue increíble. Por fin las pagaba todas juntas. Nunca más volvió a oirse una risa burlona y grotesca, nunca más pudo hacer víctima a algún desprevenido pendejo de sus chanzas, más bien era quien las sufría, hasta yo podía escupirle en la cara.

Luego de unos años me encontré con él y no pude evitar preguntarle sobre el bochornoso episodio. Ahora trabaja como mesero en un restaurante, nunca ingresó a la universidad y apenas si terminó el colegio con mucho esfuerzo (no de él, sino de los maestros quienes estaban ya cansados de este grotesco personaje). Me contó que después de la kermese, todo lo que había comido le produjo una diarrea aterradora, apenas si le dio espera de llegar al retrete, pero no le dio tiempo de levantar la tapa de baño así que se sentó encima, y antes de sentir que estaba sentado sobre la tapa soltó todo el mierdal, que salió con tanta presión que se embarró por todo el recinto. Imagínense el despegue de un transbordador de cabo cañaveral. La histora ya no me causó gracia, sentí lástima por el pobre. Con todo y lástima no pude comer en ese restaurante (me dio asco), pero le di una generosa propina, tomé la mano de mi novia y me retiré del lugar con una sonrisa en el rostro. Nunca más supe de Junior.

N. del E.: La historia se encuentra íntegra, tal cual nos la envió nuestro lector Colombiano. Muy buena historia, saludos John.