30 septiembre 2008

Una mañana de verano en la playa

Autor: Anónima.

Hace algunos años estaba con mi novio (actual marido) en la playa. Teníamos como 4 meses de pololeo y era la primera vez que salía con sus padres, así que tenía que comportarme como señorita e intentar agradarles en lo posible.
Los primeros días todo iba bien, pero desde el cuarto día, cuando se les ocurrió hacer una paella con más amigos, las cosas cambiaron. La verdad es que me gusta la vida social, comer y beber, pero sufro de la guata con los excesos ya que me cuesta ponerle freno.
Bueno, la verdad es que los estaba pasando cachilupi, la comida estaba exquisita, tomé varias copas de vino y como no me gustan los bajativos ni los tragos fuertes me tomé unas chelitas, que por cierto estaban heladísimas. Bien, así llegó la tarde, la noche y yo me sentía de lo mejor.
Al día siguiente mi novio tuvo que viajar ha Santiago, pero volvía en la tarde. Mientras yo me quedé sola con sus padres, que a esas alturas de la visita eran todo amor.
Tienen que haber sido como las 10 de la mañana cuando empezaron los retorcijones fatales. Voy al baño rápidamente y estaba ocupado.
Aparece mi suegra y me dice:
-No te preocupes linda, el Checho no se demora nada en el baño, además vamos al súper así que te vas quedar solita un rato.
Yo estaba entre acongojada y feliz porque iba a poder evacuar en la casa sola y con todas las ventanas abiertas.
Volví al dormitorio caminando como un pingüino y atenta a que el suegro salga del baño. Pero comienzan a salir esos malditos peos que avisan que el mierdal se viene. Ya no podía apretar más. El maldito mojón tenía la nariz afuera. Comencé a traspirar helado, se venía toda la basura consumida el día anterior y seguro sería un aluvión.
Empiezo a caminar por la habitación pensando en algo y sujetando el surullo. Mis suegros ni se molestaban en irse de la casa. Sigo apretando y siento una lágrima tibia que corre por mi mejilla. Ya estaba desesperada.
Trato pensar en algo. Miro a todos los rincones, pero no se ocurría nada, además no alcanzaba a llegar al patio. De pronto abro el clóset y aparece el milagro salvador. Una vieja caja de zapatos, con algunos cachureos adentro, ni siquiera me fijo que hay en su interior. La vacío en el lugar más oscuro del mueble, la saco y me acomodo sobre ella. Les puedo jurar que mientras salía toda esa cagada sentí un coro de ángeles que cantaba la canción de la alegría. Jajaja… en fin.
Fue un episodio bochornoso que años después se lo confesé a mi marido. El me puso una cara como desencajada y me dijo que en la caja había recuerdos de su infancia, pero le dije que todo quedó en el clóset, lo único que usé fue la caja. Me miró fijamente un rato y soltó la carcajada. Mis suegros aún no saben la historia y me moriría de vergüenza si se enteran.
N. del E: La historia fue subida tal como llegó al correo, sólo se editó la redacción y otografía.