20 diciembre 2006

La verdadera historia de Gollum

Por: Enrikín

Fue un día nublado. Una extraña brisa fría envolvía la comarca de los hobbits. Todos estaban trabajando muy alegres y entretenidos porque en la noche celebraban la fiesta de la amistad y esperaban la siempre bienvenida visita de Gandalf el mago y sus fuegos de artificio.

Salvo Smeagol que era un hobbit especial, joven y curioso. Aquel día trabajó la jornada de la mañana, pero en la tarde decidió no volver a las labores de la comarca. El hobbit se fue al bosque de los sueños que quedaba algo alejado.

Pese a que los hobbits son muy sociables, Smeagol era más bien solitario y soñador. Gustaba de cerrar los ojos y viajar hacia fantásticas aventuras y guerras de la Tierra Media, con elfos, hombres, magos y orcos. Soñaba que era un valiente hobbit al que le habían encomendado una misión especial, pero llena de peligros.

Ya en el bosque, el hobbit se acomodó bajo un árbol, cerca de un arroyo de aguas cristalinas y sacó de su bolso varios embutidos, pan, frutas, carne seca y cerveza. Luego de zamparse todo, secar el receptáculo de cerveza y fumar unas bocanadas de su pipa, se estiró sobre las hojas secas y trató de dormir. Sin embargo, de pronto escuchó el eco metálico y musical de algo que había caído profundamente. La curiosidad del hobbit fue más fuerte y se puso a buscar el origen de aquel inquietante ruido.

Luego de caminar varios metros hacía un sector frondoso del arroyo descubrió una pequeña entrada a unas cavernas. Trató de seguir hacia al interior de aquel misterioso lugar, pero se dio cuenta que no podría avanzar por la oscuridad.

Salió de las tétricas cavernas y volvió sigiloso a la comarca. Buscó algunos materiales y combustible para hacer antorchas. Puso más comida y cerveza en su bolso, luego volvió al lugar sin que el resto de los hobbits se dieran cuenta de lo que el joven Smeagol tramaba.

Cuando llegó al lugar ya estaba oscureciendo, pero no le dio importancia porque iba preparado y le gustaban las aventuras. Una vez adentro encendió la antorcha y comenzó a caminar lentamente. Cada paso que daba parecía que la caverna crecía y crecía. La llama de la antorcha se reflejaba en las brillantes y oscuras paredes, lo que deba un color espectral al lugar.

Smeagol estaba hipnotizado. Caminaba como zombie por las cuevas. No se dio cuenta cuanto había recorrido, pero ya habían pasado varias horas desde su entrada al lugar.

De pronto le vienen unos retorcijones y le salen unos gases que avisan la cagadera que se venía. El hobbit miró hacía todos lados hasta que observó un rincón adecuado por donde corría un hilo de agua. Se acercó, acomodó su morral sobre una piedra, dejó la antorcha fija en un hueco en la pared y se acomodó para evacuar.

Cualquiera pensaría que por el tamaño de estos seres su cagada sería pequeña, pero no es así. Estos pequeñines comen más que emperador romano, beben cerveza como equipo de fútbol irlandés y fuman pipa para bajar la comida. ¿Quién caga poco con tremenda dieta?

Smeagol estaba en lo mejor cuando de pronto mira hacía un costado y se queda paralizado por un hermoso y luminoso brillo amarillento. Tal fue su impacto que no pudo seguir cagando e interrumpió la producción. La luz parecía llamarlo.

Se paró con los pantalones abajo y en actitud demencial caminó hacía aquel inquietante brillo. Caminó y caminó con cuidado de no tropezar. No se dio cuenta que había dejado la antorcha atrás, pues aquella luz lo guiaba. Caminó durante un buen trecho sin alcanzar el origen del brillo.

Tras un largo lapso de tiempo pudo llegar y ver que se trataba de un hermoso anillo. Lo tomó y lo guardó en uno de sus bolsillos. Todo se fue a negro.

El hobbit se perdió en las tinieblas de aquellas cavernas y sólo vivía para mirar la hermosura de la brillante joya que tiempo después bautizó como su “precioso”. Fue así entonces como lo abrazó la maldición. Por interrumpir aquella sagrada cagada, Smeagol, un joven y buen hobbit, se convirtió en el despreciable Gollum.

Ya saben niños y niñas, no hay nada tan importante como para interrumpir una evacuación de caca, y si lo hacen pueden terminar comiendo pescado crudo, hablar estupideces, tener doble personalidad, vagar semidesnudo, parecerse a Javier Miranda y morir en las profundidades de un volcán con un ojo en la cima.

FIN

13 diciembre 2006

Usted no lo repita

Enviado por: Wero.

Uno cuando es escolar siempre sale con alguna ocurrencia digna del programa Ripley, y aquel día miércoles luego de la clase de educación física, no fue la excepción. Era un caluroso día de noviembre que ameritaba una ducha ya que la clase había durado de 12:00 a 13:15 y a los 16 años uno ya se pone mas pretencioso y no se puede andar por la vida sudado y sin el Axe en las axilas ¿no?. Bueno, pero el punto no es ese.

En los camarines junto a mis compañeros, nos empezamos a cuestionar el viejo mito que versa que si uno se tira un “viento” (gas rancio que sale desde el mismísimo intestino) y se pone una llamita cerca del nudo de globo, el culo se transforma en un verdadero lanzallamas.

Intrigados por tal misterio decidimos hacer la prueba y nos conseguimos un encendedor. El siguiente paso fue enumerarnos para la ejecución del experimento.

A esa altura y previo a la ducha, ya todos estábamos a poto pelado así es que sólo era necesario colocarse en 90º y hacer fuerzas. Estuvimos varios intentando soltar un “gas”, pero a todos se nos cerró herméticamente la llave de paso.

Hasta que llegó el turno de Dani. El cabrito era una persona de contextura media que pasaba inadvertido hasta aquel día. Hizo su primer intento y nada, pero dijo que “ya venía”, por lo que siguió haciendo fuerzas y nosotros continuamos esperando. Mientras tanto nos turnábamos para mantener el encendedor prendido cerca de la “salida” de mi amigo.

Luego de varios intentos, y con los dedos quemados de tanto sostener el encendedor, por fin llegó el anhelado momento. El Dani era literalmente un yacimiento de gas natural. El peo que le salió era una obra de arte que en lo personal nunca me atrevería a imitar, y en los años venideros ningún amigo tampoco se atrevió a fabricar.

El peo produjo una llamarada semejante a la de un dragón, de una luminosidad parecida a la aurora boreal. Quedamos atónitos. Ni siquiera nos dimos cuenta de si tenía olor o no, habíamos visto “la luz” al final del túnel y ya nada importaba. Sin embargo no faltó el morboso que en fracción de segundos miró hacia el origen de aquel “gas”. Rápidamente advertimos que en el poto de mi amigo había medio mojón colgando (jojojo... risas de los editores).

Debido al esfuerzo que hizo nuestro compañero, el gas salió acompañado, y todos morimos de la risa botados en el piso. Claro que el drama recién comenzaba… ¿qué íbamos a hacer con el mojón invitado de piedra? Las duchas estaban junto a los baños pero separados por una puerta y a esa hora casi al final de la jornada los baños eran concurridos por muchos estudiantes.

El mojón ya no nos pareció gracioso, sino más bien tétrico. El Dani seguía en 90 grados por que no lo pudo entrar, y si se paraba lo iba aplastar. Si lo quería hacer entero nadie sabia con exactitud el tamaño o la consistencia con la cual podría salir. La única solución era esperar a que no hubiese moros en la costa y partir raudos al water con el mojón colgando. Nos dieron las 13:45 y por fin el Dani, (ya acalambrado de estar tanto en 90º) pudo sentarse en el ídolo de loza y desligarse de aquel engendro.

Se suponía que sería un episodio gracioso, pero hasta el día de hoy cuando nos juntamos con el Dani, comenzamos a recordarlo como una historia tétrica para luego a los 5 minutos quedarnos nuevamente en el piso riéndonos.

Nunca más volvimos a hacer el experimento.

N. de E.: Felicitaciones a Wero por la excelente historia. Esta es la segunda que publicamos de su autoría.