01 marzo 2006

Se me cayó un mojón

Por: Polakín.

Estábamos -un amigo y yo- instalados en la feria de cachureos del barrio, con un montón de ropa que habíamos conseguido. En realidad, eran las sobras que nadie quiso de la venta del sábado anterior, así que -en su mayoría- era sólo basura inservible.

En fin, eso sólo era un detalle.

La noche anterior habíamos ido a carretear donde unos buenos amigos y como vivimos cerca, llegamos juntos, mi socio y yo, a eso de las 7am del día sábado.

Para tomar buenos puestos en la feria de cachureos del día sábado, es necesario llegar temprano, así que recién llegados a nuestros hogares nos pusimos de acuerdo en cambiarnos ropa, comer algo y salir a instalarnos en la famosa feria.

Salimos con la carretilla llena de cuestiones ya siendo más o menos las 7:30am.

Todo esto de vender ropa y cachureos tenía la noble intención de lograr los fondos necesarios para ir de paseo a la playa. Así que en pleno enero, estábamos vendiendo. Algo así como, por necesidá.

Llegamos, nos instalamos con las ropas de segunda, tercera o cuarta mano, sobre varios sacos que tiramos en el suelo.

Comparado con la semana anterior -cuando en compañía de varios de nuestros demás socios vendimos mucha ropa y el interés de la gente por nuestros productos era enorme- esta vez el panorama era absolutamente deprimente. Nadie nos pescaba.

Ya pasadas las 10am, comenzábamos a sentir que estábamos equivocados. Que estábamos en medio de un error enorme. Gracias al lindo sol, fermentábamos la caña, aburridos y viendo como la gente ignoraba -con justa razón- las hueás que tratábamos de vender ilusamente.

Como a eso de las 12 del día, mi socio me avisa: hueón, estoy que me cago, voy a la casa y vuelvo. Chucha, pensé. Pero sólo atiné a decirle, “bueno, te espero poh, weón”.

Este weón se fue apurado, y les juro que debe haber llegado de vuelta como a la 1 de la tarde el muy cara e’ raja. Pacientemente, esperé la hora completita que se tomó para –supuestamente- cagar. Desde donde estábamos ubicados en la feria de cachureos, hasta su casa, no debería demorarse más de 5 minutos caminando...¡y lento! Así que caché que algo raro pasó. No teníamos teléfono celular y no podía dejar el flamante puesto solo.

Yo ya estaba choria’o con el wéon... y en realidad también choria’o con el mundo y mi destino, que me tenían ahí sentado con todo el sol justo sobre mi cabeza, muerto de calor, aburrido y con caña.

En eso, llega el lindo.

Con una cara mezcla de risa y vergüenza, me dice “llegué”.

- ¿Y voh weón?, puta que te demoraste.
Se ríe, se sienta y me dice - Sí weón, es que me pasó una hueá.
- ¿Qué cosa? – Le pregunté y ya riéndose me dice - Me cagué.
- ¿Qué?
- Antes de llegar a la casa me cagué, se me cayó un mojón.

En ese momento recordé los problemas de contención que mi socio había mencionado en conversaciones anteriores. Le pregunté que hizo, y me contó que llegó a penas a su casa, tratando de que el mojón siguiera acostado en el calzoncillo y no se cayera, con el riesgo de que si se apuraba mucho, el zurullo podía bajar por la pierna. Llegó a su casa, se sacó el calzoncillo con el mojón pos-carrete, cagó lo que restaba, y tuvo que lavar la hueá de calzoncillo blanco en el lava manos, para evitarse la vergüenza de decirle a su vieja que se había caga’o. Lo colgó en el patio para que se secara. Se dio una ducha y se vino a la feria.

Yo ya me reía.

- Me duele la cabeza. - Me dijo.
- Jajajá, ya weón. Vámonos de aquí, no aguanto más esta hueá, weón cagón. – Le dije.
- Sí weón, mejor loh vámo.

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